En su libro Un minuto para el absurdo, Anthony de Mello cuenta la historia del maestro que le dice al pintor:
-Cualquier pintor que quiera triunfar ha de trabajar incansablemente durante infinidad de horas. Pero solamente a unos pocos les es dado liberarse de su ego mientras pintan. Y cuando esto sucede, surge la obra maestra.
Un rato después, uno de sus discípulos se acercó al maestro y le preguntó: -¿Quién es un maestro?
Y el maestro respondió:
-Cualquiera a quien le sea dado liberarse de su ego. Y, a partir de entonces, la vida de esa persona será una obra maestra.
¿En qué estás empeñado tú? ¿En “pintar una obra maestra” o en hacer de tu “vida una obra maestra”? Para pintar bien nada más hay que trabajar “incansablemente durante infinidad de horas”. Sin embargo, “liberarse” del ego es un asunto un tanto más complejo. El problema es que el ego es tan “bueno” que nadie se libera de él por su propia fuerza e iniciativa. Y es que liberarme del ego implica independizarme de mí. ¿Y quién quiere ser independiente de sí mismo? “Ten cuidado de ti mismo”, le dijo Pablo al joven Timoteo (1 Timoteo 4:16). Mi principal enemigo soy yo; por ende tengo que “salir de mí mismo”, de mi ego, para que mi vida se convierta en una obra maestra. La pregunta es: ¿Cómo lo hago?
He aquí la respuesta: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí” (Gálatas 2:20, RV95). El ego tiene que ser crucificado. ¿Cómo sabemos que nuestro ego ha sido crucificado? Cuando la fuerza motora de nuestra vida no es nuestra voluntad, sino la de Cristo. Al crucificar nuestro “yo” permitimos que nuestra vida sea vivida por aquel que murió por nosotros. Y cuando Cristo vive en nosotros, nuestras acciones se convierten en una gran obra maestra, al punto de que llegamos “a ser un espectáculo para el mundo, para los ángeles y para los hombres” (1 Corintios 4:9).
Cristo, viviendo hará de nuestra vida, la más excelsa obra de arte.
Tomado de: Lecturas Devocionales